domingo, 13 de mayo de 2012

Tres granos de café


Hay joven, usted dirá que estoy loco, pero por lo que mis ojos vieron ayer  me doy cuenta de que la magia existe ¡verdad de Dios! ¿Llegó a conocer usted a  la hija de Don Eusebio? No cómo iba usted a conocerla si apenas va llegando al pueblo. Era una muchacha muy linda, quien se sentía disque tocada por la mismísima virgen María. Siempre tan bien arreglada, tan perfumada y con bastantes pretendientes la condenada, que dónde iba usted a saber que algún día podría fijarse en el hijo de Cándido, un pobre diablo que nació en los días de mal agüero.

Fíjese que todo comenzó hace un par de semanas cuando Anselmo se apareció por el pueblo. Se había ido disque a la capital a estudiar a un convento, o al menos era  lo que nos decía su padre siempre que andaba borracho; pero vaya usted a creerle, todos sabíamos que se avergonzaba de su propio hijo. Unos dicen que lo tenía amarrado en el monte y sólo le llevaba su comida de noche y muy de vez en cuando, otros tantos más decían que lo tenía aprisionado allá por el camino a San José, en las grutas encantadas, ¡y por el Santísimo Niño de Atocha que si están encantadas! Pero esa ya es otra historia que luego le cuento.

 En fin, como le venía diciendo; mucho se hablaba en el pueblo de  Cándido y su hijo Anselmo, desde que nació, la partera se encargó de dar la noticia de la fealdad del chamaco y a los pocos días la casa del pobre Cándido se vio atiborrada de un sin número curiosos, inclusive el señor cura, el gobernador y su señora fueron a ver con sus  propios ojos la desgracia de la criatura, esto se lo digo porque yo lo vi, nadie me lo contó, ¡yo estuve presente cuando asistieron.!

Pronto comenzaron las habladurías, los chismes y las supersticiones, y la muchedumbre tan ignorante veía en el niño una clara señal de desgracia para el pueblo entero; no faltó quien dijera que la deformidad del chamaco era un castigo divino por los vicios del padre, y figúrese que inclusive llegué a escuchar como afirmaba la gente tan desalmada que el bebé había nacido así, disque porque Mercedes, su madre, en realidad era la hermana de Cándido, ¡hágame usted el favor! Lo que es no tener nada que hacer y andar metiéndose en la vida privada del prójimo.

Pues le cuento que entre tanto chismerío la madre de Anselmo desapareció de la noche a la mañana cuando aún tenía pocas semanas de haber nacido el niño, si no es por Doña Rita –que Dios la tenga en su santísima Gloria- quién se apiado de la criatura para terminar de darle pecho segurito que se nos muere de hambre, y más porque Cándido, abandonado por su mujer, se la pasaba embriagándose en la cantina día con día.

Así creció el pobre de Anselmo, entre  burlas, hambres y privaciones. Cuando llegó a ser un adolecente el único consuelo que tenía -Doña Rita- murió disque envenenada. ¡Huy joven ya sabrá usted el arguende que se hizo! fue entonces cuando Cándido, presa de las habladurías de la gente encerró bajo llave a su propio hijo y se encargó de difundir la noticia de que se había ido a la capital a estudiar a un convento. Al principio todo el pueblo le creyó, sin embargo después de estar merodeando unos cuantos días por su casa juro por mi madrecita linda que vi al chamaco más de una vez encerrado en un pequeño cuarto. ¡No lo tenían amarrado en el monte ni muchos menos preso en las grutas encantadas como decía la gente ignorante!

Sucedió que una tarde de hace como tres semanas cuando venía de las labores del campo me encontré a Anselmo cerca del puente Ixtla, andaba como que con la mirada perdida sabe, pobre muchacho, después de estar tanto tiempo encerrado hasta yo estaría en las mismas condiciones. Hubo estado unos cinco minutos más así cuando de pronto se dirigió rumbo al centro del pueblo, a su camino toda la gente lo miraba asombrada, parecía que habían visto un muerto. Yo desde lo lejos escuchaba todo tipo de comentarios y de injurias que le hacían. Cuando hubo llegado a la plaza San Cristóbal se encontró con la señorita Rosa, la hija del ladino Don Eusebio. ¡Hubiera visto la cara que puso Anselmo! De inmediato quedó enamorado de la muchacha, sin embargo el amor al que aspiraba era demasiado grande, usted sabe, sin dinero y sobre todo con la fealdad que se cargaba, el pobre infeliz estaba condenado a pasar el resto de su vida sólo. Sin embargo tuvo coraje e intento acercársele, pero con desdén la señorita Rosa lo rechazó una y otra vez, ¡y no era para menos!

Así pasaron que será, cosa de cuatro o cinco días, cada mañana Anselmo llevaba a casa de su enamorada flores frescas, pero de ella ni sus luces, nadie se molestaba siquiera en salir a correrlo. Día tras día, toda la semana entera se le miraba parado fuera de su domicilio. Daba tanta lastima verlo así, toda la gente se burlaba a sus espaldas. Su padre ahogado de alcohol en la cantina optó por ya no hacer nada, pero Don Eusebio, una vez que se le hubo agotado la paciencia salió a echarlo de su propiedad a punta de cañonazos.

A esas alturas del partido una persona sensata, común y corriente hubiera entendido que jamás una hermosa mujer como la señorita Rosa podría fijarse en un tipo como Anselmo, sin embargo él no era una persona sensata ni mucho menos común y corriente, y tras desaparecer un par de semanas regresó al pueblo para llevarse lo que más quería.

Durante las semanas que estuvo ausente fue como si se lo hubiera tragado la tierra, nadie sabía dar razón de él. Su propio padre inclusive, ya de piel amarilla y ojos hinchados ignoraba el paradero de su hijo. Sin embargo yo hace como tres noches que volvía de beber licor juraría haberlo visto enterrando no sé qué cosa en la entrada del campo santo, pero por mi estado de ebriedad no le di mucha importancia, pero todo cambio el día de ayer. Fue alrededor de las cuatro de la mañana que mi sueño se vio entorpecido a causa de los fuertes ladridos de los perros, atolondrado salí a ver si no andaba algún animal entre la milpa, pero nada, así como vino se fue lo que haya sido. Desde ese momento tuve como que un presentimiento, no sé si me entienda. Volví a acostarme pero me resultó imposible volver a dormir. Así estuve retorciéndome en mi cama como gusano hasta que como a eso de las siete de la mañana me fui rumbo al pueblo para ver qué es lo que sucedía, usted sabe, presentimientos son presentimientos.

¡Agárrese joven que aquí viene lo mejor!, cuál fue mi sorpresa y la de todos los que nos encontrábamos presentes al ver a Anselmo tomado de la mano de la señorita Rosa. Ella tan linda, tan hermosa, resaltaba aún más su belleza a lado de ese pobre diablo. Increíble fue el espectáculo que hicieron, todos los miraban, todos susurraban cosas entre sí. Al enterarse Don Eusebio de lo que estaba sucediendo se dirigió a toda prisa a encontrarse con su hija quién planeaba irse esa mañana a la capital con Anselmo, sin embargo nada pudo hacer para detenerla, ella se aferraba al brazo de su enamorado quien con machete en mano amenazaba con dar muerte a cualquiera que se les acercara. Todo sucedió tan rápido que en pocos minutos se perdió su silueta en el horizonte, tras de ellos se fue Eusebio implorando le devolviera a su hija. Todo fue tan extraño, tan repentino. Nadie daba crédito de lo que acababa de suceder.

Al regresar a mi casa -su casa- recordé que hacía dos noches me pareció ver a Anselmo enterrando algo a un lado del campo santo. A toda marcha y con pala en mano me dirigí al lugar en el que me pareció haberlo visto. Estuve inspeccionando el área cosa de veinte o treinta minutos hasta que encontré una pequeña cajita esmaltada en cuyo interior se hallaban tres granos de café y esta nota. Como vera, allí vienen todas las instrucciones y los materiales necesarios para que a cambio de un favor con el meritito diablo pueda usted conseguir a la mujer que quiera.

La misma tarde que hice el descubrimiento me dirigí al mercado a conseguir las velas, los listones y las agujas. Mañana a primera hora comenzaré a sacrificar un gallo por cada grano de café, y ya verá usted que si Dios le da licencia y se queda por el pueblo un par de días más, la próxima vez que me mire la mujer del gobernador será toditita mía.

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