miércoles, 2 de mayo de 2012

Lingüistas


Por regla general, pareciera ser que el letrado, el que posee más vocabulario y domina mejor el arte de la retórica y la gramática se expresará mejor que aquella persona que tiene escasos o nulos conocimientos de las letras. Sin embargo, sin hacer tanta grulla ni tener una gran elocuencia se puede conseguir erizar cada bello del cuerpo de nuestros receptores y hacer sudar cada poro de su piel con una simple palabra, común, de uso cotidiano, diciéndola en el momento adecuado y de manera sincera. Así lo muestra pues, éste microrrelato del maestro Mario Benedetti, narración extraída de su obra: Despistes y franquezas:

Tras la cerrada ovación que puso término a la sesión plenaria del Congreso Internacional de Lingüística y Afines, la hermosa taquígrafa recogió sus lápices y papeles y se dirigió hacia la salida abriéndose paso entre un centenar de lingüistas, filólogos, semiólogos, críticos esctructuralistas y desconstruccionistas, todos los cuales siguieron su garboso desplazamiento con una admiración rayana en la glosemática.

De pronto las diversas acuñaciones cerebrales adquirieron vigencia fónica:

— ¡Qué sintagma!
— ¡Qué polisemia!
— ¡Qué significante!
— ¡Qué diacronía!
— ¡Qué exemplar ceterorum!
— ¡Qué Zungenspitze!
— ¡Qué morfema!

 La hermosa taquígrafa desfiló impertérrita y adusta entre aquella selva de fonemas. Sólo se la vio sonreír, halagada y tal vez vulnerable, cuando el joven ordenanza, antes de abrirle la puerta, murmuró casi en su oído: “Cosita linda”.

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