María
vino a buscarme por la tarde y me preguntó si quería casarme con ella. Dije que
me era indiferente y que podríamos hacerlo si lo quería. Entonces quiso saber
si la amaba. Contesté como ya lo había hecho otra vez: que no significaba nada,
pero que sin duda no la amaba. «¿Por qué, entonces te casarías conmigo?», dijo.
Le expliqué que no tenía ninguna importancia y que si lo deseaba podíamos
casarnos. Por otra parte era ella quien lo pedía y yo me contentaba con decir que
sí. Observó entonces que el matrimonio era una cosa grave. Respondí: «No.»
Calló un momento y me miró en silencio. Luego volvió a hablar. Quería saber
simplemente si habría aceptado la misma proposición hecha por otra mujer a la
que estuviera ligado de la misma manera. Dije: «Naturalmente.» Se preguntó
entonces a sí misma si me quería, y yo, yo no podía saber nada sobre este
punto. Tras otro momento de silencio murmuró que yo era extraño, que sin duda
me amaba por eso mismo, pero que quizá un día le repugnaría por las mismas
razones. Como callara sin tener nada que agregar, me tomó sonriente del brazo y
declaró que quería casarse conmigo. Respondí que lo haríamos cuando quisiera.
Albert Camus
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