martes, 24 de abril de 2012

La pureza está en la mezcla


Se ha dicho que la historia la escriben los vencedores, de tal suerte que nuestras bibliotecas están atiborradas de un sin número de publicaciones patrióticas y de héroes imaginarios. En cierta medida está afirmación tiene algo de razón, y digo en cierta medida puesto que también hay estudios críticos y bien documentados; sin embargo la mayoría de las veces nos encontramos con una enorme historiografía donde permean las construcciones prejuiciosas. Los ejemplos son abundantes: El “bárbaro”, “el esclavo”, “el indio”, el asiático, el campesino o el obrero parecieran ser entes sin historia, su papel no es más que el de meros espectadores en el devenir de los gobernantes, los reyes, los caciques; en suma: de los “otros”.

Lo mismo sucede con la temporalidad. Hasta hace algunos años la historia ha relegado a un segundo plano la “edad media” o “la edad del oscurantismo” en contraposición con “el siglo de las luces” Resulta absurdo de entrada las categorías con las que se relaciona una época de la otra. En España sucede un caso similar. Pareciera que ocho largos siglos de ocupación musulmana han sido borrados en mayor o menor grado de la memoria colectiva. La “España” de Al-Ándaluz no es más que un amargo recuerdo que se intenta arrancar de los ríos, de los bosques y de las cordilleras de la península de la misma manera en que el americano pretende hacerlo de su remanente español tratando de recuperar una ilusoria “pureza”.

Al borrar una sociedad, una población o una comunidad de individuos por el simple hecho de ser “inferiores” se borra también todo su ser, esto es, toda su “cultura” no sin antes aprovecharse en la medida de lo posible de lo que resulte atractivo y beneficioso de ellas. (los arcos lobulados o los canecillos de medio punto en las construcciones románicas españolas son un claro ejemplo de ello) No obstante la gran mayoría de las producciones culturales no corre la misma suerte y al ser ajena e indescifrable sufre el golpe del frío hierro o encuentra su final en el incandescente fuego. Así se consumieron en las llamas una gran cantidad de códices mesoamericanos, los cuales, al considerarse heréticos, de ninguna manera podían sobrevivir ante un dogma establecido. Lo mismo sucede con las incursiones bélicas que al tratar de recaudar el mayor motín posible arrasan con todas las producciones culturales que a su paso encuentran. Así han quedado eternamente varadas en el olvido enormes parcelas de la más íntima creación del hombre, indescifrables, cuyo único acceso a ellas es a través del ensueño y la imaginación. No obstante en el caos también se encuentra la armonía y después de la tempestad viene la calma, la quietud tanto anhelada. Así pues, entre la mescolanza de opresores y oprimidos surge un nuevo hombre cuyo corazón bombea la sangre de ambos grupos. Sus vicios y virtudes para bien o para mal se multiplican produciendo cosas maravillosas. 

Nosotros nos quedamos con la estrofa de una canción que de manera muy cierta dice lo siguiente:

“La pureza está en la mezcla, en la mezcla de lo puro que antes que puro fue mezcla”

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