Texto e imágenes de Martha Mariano
Me llené de anaranjado, sentándome
en la orilla de mi esperanza, acogiéndome como buena anfitriona en el balcón de
mis despechos. Vi pasar las horas entre mis dedos arañando la ventana en la
espera de tu regreso.
Me
avergüenza tener que limpiar el agua que escurre de mi espalda con la camisa
que me robe de tus caricias. Sigo con tu imagen reflejada en mi humana
condición.
Tengo tres
días sentada aquí, perdiéndome, extrañándome entre la lentitud de mis ganas,
batiéndome de cual cursilería se me pegue en el pecho. Si fuera otra sería más
fácil dejarme y cerrar el aura de tu esencia con eso se haría más obvio el
hecho de querer salir y querer comerme al sol con un suspiro.
En vez de eso preferí refugiarme en
la oscuridad de mi memoria, alejándome de nuestro sentir, creyendo en el
amanecer de lo que pensé necesitar de ti. Y me fui. Respiré bajo las sábanas
teniendo miedo de algo inexistente. Demandando las ansias del brillo de mis
ojos. Me escondí de la noche. Ahuyentando mi necesidad de soledad. Intercambiándola
por un pedazo de no sé qué. Que me hizo pensar en ti. Y en muchas cosas de mí.
Me vertí bajo la blusa como un aire frio. Que calmara mis nervios. Haciéndote
ajeno a mi presencia.
Y te fui borrando. Apagándote en la
línea que divide nuestro encuentro. En el horizonte que me encontré cuando
alzaba la mirada.
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