Hay joven, usted
dirá que estoy loco, pero por lo que mis ojos vieron ayer me doy cuenta de que la magia existe ¡verdad
de Dios! ¿Llegó a conocer usted a la
hija de Don Eusebio? No cómo iba usted a conocerla si apenas va llegando al pueblo. Era una muchacha muy linda, quien
se sentía disque tocada por la mismísima virgen María. Siempre tan bien
arreglada, tan perfumada y con bastantes pretendientes la condenada, que dónde
iba usted a saber que algún día podría fijarse en el hijo de Cándido, un pobre
diablo que nació en los días de mal agüero.
Fíjese
que todo comenzó hace un par de semanas cuando Anselmo se apareció por el pueblo.
Se había ido disque a la capital a estudiar a un convento, o al menos era lo que nos decía su padre siempre que andaba
borracho; pero vaya usted a creerle, todos sabíamos que se avergonzaba de su
propio hijo. Unos dicen que lo tenía amarrado en el monte y sólo le llevaba su
comida de noche y muy de vez en cuando, otros tantos más decían que lo tenía
aprisionado allá por el camino a San José, en las grutas encantadas, ¡y por el Santísimo
Niño de Atocha que si están encantadas! Pero esa ya es otra historia que luego
le cuento.
En fin, como le venía diciendo; mucho se
hablaba en el pueblo de Cándido y su
hijo Anselmo, desde que nació, la partera se encargó de dar la noticia de la
fealdad del chamaco y a los pocos días la casa del pobre Cándido se vio
atiborrada de un sin número curiosos, inclusive el señor cura, el gobernador y
su señora fueron a ver con sus propios
ojos la desgracia de la criatura, esto se lo digo porque yo lo vi, nadie me lo
contó, ¡yo estuve presente cuando asistieron.!
Pronto
comenzaron las habladurías, los chismes y las supersticiones, y la muchedumbre
tan ignorante veía en el niño una clara señal de desgracia para el pueblo
entero; no faltó quien dijera que la deformidad del chamaco era un castigo
divino por los vicios del padre, y figúrese que inclusive llegué a escuchar
como afirmaba la gente tan desalmada que el bebé había nacido así, disque
porque Mercedes, su madre, en realidad era la hermana de Cándido, ¡hágame usted
el favor! Lo que es no tener nada que hacer y andar metiéndose en la vida privada
del prójimo.
Pues
le cuento que entre tanto chismerío la madre de Anselmo desapareció de la noche
a la mañana cuando aún tenía pocas semanas de haber nacido el niño, si no es
por Doña Rita –que Dios la tenga en su santísima Gloria- quién se apiado de la
criatura para terminar de darle pecho segurito que se nos muere de hambre, y
más porque Cándido, abandonado por su mujer, se la pasaba embriagándose en la
cantina día con día.
Así
creció el pobre de Anselmo, entre burlas,
hambres y privaciones. Cuando llegó a ser un adolecente el único consuelo que
tenía -Doña Rita- murió disque envenenada. ¡Huy joven ya sabrá usted el
arguende que se hizo! fue entonces cuando Cándido, presa de las habladurías de
la gente encerró bajo llave a su propio hijo y se encargó de difundir la
noticia de que se había ido a la capital a estudiar a un convento. Al principio
todo el pueblo le creyó, sin embargo después de estar merodeando unos cuantos
días por su casa juro por mi madrecita linda que vi al chamaco más de una vez encerrado
en un pequeño cuarto. ¡No lo tenían amarrado en el monte ni muchos menos preso
en las grutas encantadas como decía la gente ignorante!
Sucedió
que una tarde de hace como tres semanas cuando venía de las labores del campo me
encontré a Anselmo cerca del puente Ixtla, andaba como que con la mirada
perdida sabe, pobre muchacho, después de estar tanto tiempo encerrado hasta yo
estaría en las mismas condiciones. Hubo estado unos cinco minutos más así
cuando de pronto se dirigió rumbo al centro del pueblo, a su camino toda la
gente lo miraba asombrada, parecía que habían visto un muerto. Yo desde lo
lejos escuchaba todo tipo de comentarios y de injurias que le hacían. Cuando
hubo llegado a la plaza San Cristóbal se encontró con la señorita Rosa, la hija
del ladino Don Eusebio. ¡Hubiera visto la cara que puso Anselmo! De inmediato
quedó enamorado de la muchacha, sin embargo el amor al que aspiraba era
demasiado grande, usted sabe, sin dinero y sobre todo con la fealdad que se
cargaba, el pobre infeliz estaba condenado a pasar el resto de su vida sólo. Sin
embargo tuvo coraje e intento acercársele, pero con desdén la señorita Rosa lo
rechazó una y otra vez, ¡y no era para menos!
Así
pasaron que será, cosa de cuatro o cinco días, cada mañana Anselmo llevaba a
casa de su enamorada flores frescas, pero de ella ni sus luces, nadie se
molestaba siquiera en salir a correrlo. Día tras día, toda la semana entera se
le miraba parado fuera de su domicilio. Daba tanta lastima verlo así, toda la
gente se burlaba a sus espaldas. Su padre ahogado de alcohol en la cantina optó
por ya no hacer nada, pero Don Eusebio, una vez que se le hubo agotado la
paciencia salió a echarlo de su propiedad a punta de cañonazos.
A
esas alturas del partido una persona sensata, común y corriente hubiera
entendido que jamás una hermosa mujer como la señorita Rosa podría fijarse en
un tipo como Anselmo, sin embargo él no era una persona sensata ni mucho menos
común y corriente, y tras desaparecer un par de semanas regresó al pueblo para
llevarse lo que más quería.
Durante
las semanas que estuvo ausente fue como si se lo hubiera tragado la tierra, nadie
sabía dar razón de él. Su propio padre inclusive, ya de piel amarilla y ojos
hinchados ignoraba el paradero de su hijo. Sin embargo yo hace como tres noches
que volvía de beber licor juraría haberlo visto enterrando no sé qué cosa en la
entrada del campo santo, pero por mi estado de ebriedad no le di mucha
importancia, pero todo cambio el día de ayer. Fue alrededor de las cuatro de la
mañana que mi sueño se vio entorpecido a causa de los fuertes ladridos de los
perros, atolondrado salí a ver si no andaba algún animal entre la milpa, pero
nada, así como vino se fue lo que haya sido. Desde ese momento tuve como que un
presentimiento, no sé si me entienda. Volví a acostarme pero me resultó
imposible volver a dormir. Así estuve retorciéndome en mi cama como gusano hasta
que como a eso de las siete de la mañana me fui rumbo al pueblo para ver qué es
lo que sucedía, usted sabe, presentimientos son presentimientos.
¡Agárrese
joven que aquí viene lo mejor!, cuál fue mi sorpresa y la de todos los que nos
encontrábamos presentes al ver a Anselmo tomado de la mano de la señorita Rosa.
Ella tan linda, tan hermosa, resaltaba aún más su belleza a lado de ese pobre
diablo. Increíble fue el espectáculo que hicieron, todos los miraban, todos
susurraban cosas entre sí. Al enterarse Don Eusebio de lo que estaba sucediendo
se dirigió a toda prisa a encontrarse con su hija quién planeaba irse esa
mañana a la capital con Anselmo, sin embargo nada pudo hacer para detenerla,
ella se aferraba al brazo de su enamorado quien con machete en mano amenazaba
con dar muerte a cualquiera que se les acercara. Todo sucedió tan rápido que en
pocos minutos se perdió su silueta en el horizonte, tras de ellos se fue
Eusebio implorando le devolviera a su hija. Todo fue tan extraño, tan
repentino. Nadie daba crédito de lo que acababa de suceder.
Al
regresar a mi casa -su casa- recordé que hacía dos noches me pareció ver a
Anselmo enterrando algo a un lado del campo santo. A toda marcha y con pala en
mano me dirigí al lugar en el que me pareció haberlo visto. Estuve
inspeccionando el área cosa de veinte o treinta minutos hasta que encontré una
pequeña cajita esmaltada en cuyo interior se hallaban tres granos de café y
esta nota. Como vera, allí vienen todas las instrucciones y los materiales
necesarios para que a cambio de un favor con el meritito diablo pueda usted conseguir
a la mujer que quiera.
La
misma tarde que hice el descubrimiento me dirigí al mercado a conseguir las
velas, los listones y las agujas. Mañana a primera hora comenzaré a sacrificar
un gallo por cada grano de café, y ya verá usted que si Dios le da licencia y
se queda por el pueblo un par de días más, la próxima vez que me mire la mujer
del gobernador será toditita mía.
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