Esperas ansioso el día, inerte, recargado frente a la estación. El indomable frío te carcome los huesos y la pesada noche se deja sentir en tu espalda, tus piernas, tus dedos y en tus fatídicos ojos. Quieres recostarte, descansar, cerrar tus parpados al menos un segundo y despertar en tu habitación, respirando el invierno en Coruña; sin embargo la insensatez de los uniformados te obliga a estar alerta y no quisieras darte el lujo siquiera de pestañear.
Cruzaste el atlántico con la intención de conocer más sobre la cultura que había “predicho” el fin del mundo y ahora te ves despojado de tus objetos, tu dinero, tus papeles y por si eso fuera poco también de tu dignidad, o lo que quedaba de ella, tantas veces pisoteada. Son menos quince para la una, y sólo esperas, ansioso, ver la luz del sol.
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