Desde los
cuentos árabes medievales hasta las narraciones de los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen
de la Europa romántica nos encontramos ahora -entre muchos otros ejemplos- con
la transportación al plano escénico de un relato. Se trata del cuento “El
diario de un loco” del escritor ruso
Nikolái Vasílievich Gógol (1809-1852), obra que fuera puesta en escena por vez
primera en 1960 al frente de Alejandro Jodorowski.
El
relato se encuentra recopilado en el libro Relatos
de San Petersburgo, en donde Gógol tomará a la locura como personaje
principal de su obra, asunto que también ha sido manejado por sus
homólogos Vsevólod Mijáilovich Garshín
en “la flor roja” o Antón Pávlovich
Chéjov en “la sala número seis” y es que como bien lo menciona Leopoldo La
Rubia de Prado “Es por todos sabido que las patologías mentales o los estados
morbosos, entre otros tipos de desajustes o síntomas de desajustes, han sido
motivo y detonante de numerosas obras artísticas a lo largo de la historia”
La
narración nos muestra a un hombre con aires de grandeza que escucha y mira
cosas que nadie ha mirado o escuchado. Nos delinea la silueta de un funcionario
frustrado pero leal a sus ideas, a su razonamiento, nótese la paradoja, el loco
es un hombre que piensa, que cuestiona el porqué de las cosas que nos
resultarían de lo más comunes:
Qué tiene que ver que él sea gentilhombre de
cámara –nos dice- Eso no es más que una distinción; no es una cosa palpable que
se pueda comer con la mano. Por el hecho de ser gentilhombre no se le abrirá un
tercer ojo en la frente. No tiene una nariz de oro, sino igual a la mía y la de
cualquiera; con ella huele, pero no come; estornuda, pero no tose. Varias veces
he querido descifrar de dónde proceden esas diferencias. Por qué y para qué soy
consejero titular. A lo mejor soy conde o general y sólo parezco consejero
titular. A lo mejor yo mismo no sé quién soy.
En éste
aspecto me atrevería decir que radica la importancia y la vigencia del cuento:
en la lucidez del demente, lucidez que pareciera que se va desmoronando
paulatinamente entre cada línea, entre cada párrafo. A final del relato no
queda más que cuestionarnos ¿Quién realmente es el loco? El que encerrado es él
mismo –como lo mencionara Gibrán Khalil
Gibrán- o el que vive del otro lado de los pabellones, fuera de las paredes del
hospicio.
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“El diario de un loco” versión PDF visita:
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